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sábado, 31 de diciembre de 2016

A LOLITA

12-31-2016
LOLITA

12-31-2016
LOLITA
Los recuerdos más lejanos de la infancia de Lolita siguen teniendo cinco años y vienen navegando en un barco allá por el 1940, cruzando el Atlántico desde España hacia La Habana, con un grupo de artistas españoles de la época que iban de gira a la capital cubana. Mariana –a quien nunca conocí porque a esas alturas de la cronología universal yo debí haber sido perra o gata– era famosa entre los del grupo porque cada vez que iba a cortar un pedazo de biftec, éste, al parecer interesado también en demostrar sus dotes de saltimbanqui, daba una vuelta entera y caía en su falda. Kodak existía desde 1888 pero a nadie se le ocurrió vigilar cada noche a Mariana para tirarle una foto en el involuntario acto de malabarismo, por lo que sólo me queda la historia de Lolita, que sin sufrir del padecimiento alegadamente malagueño de su mamá –mentirosilla simpática– es posible que haya magnificado y multiplicado el hecho con las crayolas de la creatividad infantil.

Quizás porque vino así “de fábrica” o porque ella misma se hacía y rehacía muchas veces, Lolita fue siempre esa niña de cinco años, singular, espontánea y cándida, dedicada a vivir llena de inquietudes manifiestas claramente y “a su aire” como dicen por allá los que pronuncian la zeta, desconociendo esas engorrosas pero al parecer imprescindibles responsabilidades que vienen como resultado de nuestras acciones en la medida que vamos creciendo. Todo para ella siempre fue algo así como una aventura y cuando pasaba algún tiempo sin ninguna, se la buscaba con ansias hasta encontrarla.

En más de una ocasión su entorno quedó patidifuso con memorables parlamentos como: “no soporto a los gallegos, todo lo organizan: los lunes limpian ventanas, los martes lavan, los miércoles planchan, los jueves limpian la casa, los viernes hacen la compra…”, en medio de un almuerzo ofrecido a ella por los miembros de la familia del novio ¡todos gallegos! O con frases de show como cuando la nieta le presentó a su novio y su saludo fue un: “estás un poco gordito, eh?”.

Bajo esa óptica, pudo vivir y casi disfrutar el experimento cubano de los Castro mientras se le pudo aplicar el término de “revolucionario”. Y así se montó con la mayor inocencia y candidez en todos los patines que incitaban a participar voluntariamente en las grandes campañas que lograrían hacer una Cuba mejor para beneficio de todos.

Pero cuándo los experimentos fueron terminando en desastre, y el resultado fue ajeno por completo a sus más sinceros y fervientes sueños de que todos a su alrededor –incluyendo ella–, pudieran disfrutar del paraíso terrenal, sus fantasías infantiles se multiplicaron y se creó un mundo particular, donde podía seguir experimentando para buscarle sitio a sus anhelos, que se multiplicaban como curieles.

No recuerdo claramente cuándo conocí a Lolita.
Definitivamente hace mucho, mucho tiempo.
O quizás no la conocí como tal, sino que la sentí desde los inicios, y consideré la relación por hecha a la medida, desde y en cualquier tiempo y distancia. Había temporadas en que nos sentíamos extrañas, sobre todo cuando echábamos largas parrafadas sobre principios y derechos –tema que a ambas nos apasionaba, y lo veíamos desde diferentes ángulos. Otras veces estábamos muy cerca una de la otra, porque encontrábamos muchas cosas nos unían. Definitivamente hay lazos que son indisolubles, que no podemos tocar pero que están ahí, escritos e impuestos por leyes que pueden o no ser divinas, pero que no por ello esas ataduras dejan de ser hermosas y de nudo único, en cada caso.

Perdí la cuenta hace tiempo de los colores de pelo que tuvo –menos azul y verde.
O de los recortes y tratamientos de rizos o desrizos.
Extendía su aventura a los que la conocíamos porque cada vez que iba a hacerse uno de esos cambios, la expectativa era: ¿cómo se aparecerá Lolita?
Igual podía llegar con un ojo hinchado, porque el peróxido inventado en Cuba le producía alergia, o casi sin pelo porque el químico de “la permanente” se lo tumbaba.
Unas veces se parecía a Marilyn Monroe y otras a Mamacusa Alambrito, un personaje muy mencionado de la TV “de antes” que no conocí al que nos lo imaginábamos con la cabeza llena de palitos de tender, quizás porque lo relacionábamos con el jabón Candado –artículo ya casi en peligro de extinción en la era post 1959.

Con lapsos de tiempo, Lolita se dedicaba a coser con una ruidosa Singer de motor que despertaba por lo general al vecindario –sus horarios laborales comenzaban en la madrugada. De sus manos y de la bullosa Singer salían creaciones de diseñador, con las pocas telas que se podían conseguir. Sin el beneficio de tener a su disposición catálogos de Victoria’s Secrets (que empezaron a salir por allá por el 1978 pero por supuesto no entraban en Cuba), Lolita hacía Thongs, G-Strings, V-Strings, C-Strings y cualquiera otros trapitos bien sexy que pudieran hacernos sentir mujeres deseables y hermosas.

La Singer, cuando no sonaba tanto (antes de los Castro), fue siempre una especie de arma de guerra en su quehacer a favor de la igualdad e independencia femeninas. Una mañana descolgó la cortina de pared llena de arabescos que tenía en la ventana, y le hizo un pantalón a la cuñada para que estrenara algo esa noche en una salida al cine.

Años después, cuando el motor de la Singer comenzaba a sentir los efectos de las consignas “Hasta la victoria siempre” y “Patria o Muerte, Venceremos”, repitió la hazaña de la cortina, esa vez con un forro de sofá, haciéndole un disfraz de payaso a una de sus hijas para una actividad en la escuela. Con la Singer Lolita se sentía realizada, aunque no lo confesara; igual le servía para protestar, ganar algún dinero o crear un diseño único e irrepetible de cualquier cosa… con cualquier cosa.

Un buen día, y a seis décadas de Mariana con la carne en la falda, tres hijas grandes en su haber, tres nietos y dos matrimonios en sus records oficiales, Lolita dijo que quería “comenzar a vivir”. Se dedicó a pintar, escribir y buscarse causas justas por las que luchar.

En su afán por redescubrir América y más allá, rescató sus raíces y se rehizo canaria.
Para mi sorpresa, empezó a hablar con la zeta de nuevo y cuando le comenté que los canarios no lo hacían me contestó que era porque antes de Mariana, y aunque no lo recordase, entre los dos y cinco años vivió en Madrid.

Conociéndola, es posible que tuviese la ilusión de encontrar aborígenes y sueños de los nunca soñados en los viajes que hizo por islas caribeñas, canarias, y algún que otro pedazo de suelo de su madre patria.

Loli quiso mucho, quizás de un modo algo distinto a como otros queremos. Amaba como lo hacen los niños, con el amor más simple que existe, genuinamente interesado y centrado en sus propias necesidades. Amó a sus hijas y a sus maridos de forma incuestionable, de esa misma manera, pero no por ello los amó menos. Buscó hasta la saciedad entender por qué su modo de amar no era igual al de los otros. Eso, no creo que sepamos nunca si lo logró. Intenté buenamente explicarle por qué yo anotaba en mi agenda “Llamar a Lolita”. Decía que el amor no se escribe sino que se siente, y que no es una obligación. Quise que entendiera que mi agenda era como su Singer, y que para mí significaba mucho que ella tuviese una línea preponderante en mi quehacer diario. Que mi amor hacia ella era genuino, sincero y profundo, y que mi acto de espontaneidad era precisamente escribirlo en la agenda. No estoy segura que lo haya entendido.

Así caminó su trayecto Lolita.
Así tejió y cosió su vida. Haciendo pantalones y trajes de payaso de cortinas y forros.
Fue escandalosamente simple y superlativamente compleja, todo al mismo tiempo, en desbordante medida.

Y cuando no pudo buscarse más aventuras, cuando no pudo escribir, pintar o participar en marchas por la paz o por la guerra “necesaria”, o salir en defensa de la comunidad gay y lésbica en Cuba, cuando no tuvo más cortinas o forros de sofás disponibles, y su boca no supo o no quiso decir más algunas de esas frases tan singulares que dejaban pasmado a su medio universo, Lolita apagó la luz.

Mi mamá murió ayer.
Y esto no es una despedida de duelo.
No resulta posible despedir a Lolita.

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